El planeta Tierra es un fascinante equilibrio de fuerzas. Si los mamíferos y otros animales necesitamos el oxígeno para vivir y expulsamos como un desecho el dióxido de carbono (CO2), las plantas y árboles captan ese CO2 y, gracias a la energía del sol, lo convierten en parte de su biomasa y lo transforman para su subsistencia, emitiendo oxígeno como un subproducto desechado.
Por su parte, los animales herbívoros, que consumen hojas, ramas, raíces o frutos de esos árboles, integran ese carbono en la cadena trófica. Los carnívoros se alimentan de esos herbívoros. Unos y otros, al morir y descomponerse sus cuerpos, permiten que sus sistemas moleculares se transformen de nuevo en CO2, enriqueciendo el reservorio de carbono que configuran los bosques y el suelo circundante.
Así que, además de enormes fábricas generadoras de oxígenos, también podemos ver los bosques como gigantescos almacenes de carbono. Y son realmente grandes. Se calcula que la masa vegetal del planeta encierra entre 450 y 650 gigatoneladas de carbono. Y si le sumamos el carbono enterrado en los suelos de esos bosques, entonces la cifra asciende hasta cerca de 2,400 gigatoneladas.
De ahí, la importancia clave de un correcto sistema de ordenamiento y gestión forestal, que preserve la función natural de los bosques como silos de CO2, evitando incendios y el uso de prácticas agropecuarias que destruyan, sin reponer, el patrimonio arbóreo.
Si cortamos un árbol y lo convertimos en un producto como un mueble o el piso de madera de una vivienda, el carbono continuará atrapado en su interior durante la vida útil de ese producto. Sin embargo, al quemar el árbol, el carbono se libera y regresa de inmediato a la atmósfera. El equilibrio de fuerzas del planeta se ve afectado.
Por esta razón, la deforestación y los incendios son los principales desencadenantes que alimentan los gases de efecto invernadero en la atmósfera, especialmente en países tropicales como el nuestro, donde los bosques funcionan como sumideros netos de carbono.
Conociendo esto, las políticas públicas que favorecen la gestión de bosques sostenibles, con una constante reforestación, son un elemento más dentro de una estrategia muy amplia para reducir las emisiones, porque tener una gran masa forestal no es la única solución al desafío de la crisis climática: hay que combinarla, entre otras acciones, con políticas activas para reducir el uso de combustibles fósiles, que fomenten la movilidad sostenible y también la necesaria transición energética hacia un modelo donde las energías renovables ganen más espacio.
Mitigadores del cambio climático
Un tercio de las emisiones de CO2 generadas por los humanos son absorbidas por los ecosistemas terrestres, donde los bosques son una pieza esencial. Al perder masa forestal, la consecuencia directa es que el planeta pierde el impacto mitigador que los bosques proporcionan para frenar los efectos perjudiciales del cambio climático.
Además, desde un punto de vista de economía sostenible, cuando un país cuenta con una masa forestal amplia y activa, las absorciones de CO2 que esta produce ayudan a compensar las emisiones de gases de efecto invernadero de otros sectores, como la industria, el transporte, la generación eléctrica, la actividad agropecuaria o la gestión de residuos, entre otros.
Conociendo esto, podemos evaluar correctamente lo fundamental que resulta llevar a cabo un uso racional de la tierra, apostar por un sector forestal bien gestionado y promover iniciativas como la silvicultura, que permite el uso ganadero y del suelo sin afectar la masa forestal.
Planificar, implementar y certificar sistemas de gestión forestal sostenible es la forma de garantizar la supervivencia de los bosques como almacenes de CO2 y el aprovechamiento de los recursos y del suelo para la actividad económica.
Este es, precisamente, el esquema de trabajo del Plan Sierra, la mayor iniciativa nacional en materia de gestión forestal que tenemos en el país. Sin dudas, ha sido un modelo ejemplar de gestión público-privada durante décadas, que ha progresado y se ha fortalecido en el tiempo.
El Plan Sierra, ubicado en el corazón de la Cordillera Central, en un área de unos 1,800 kilómetros cuadrados, fue una respuesta urgente a la enorme deforestación ocasionada entre los años 1950 y 1980. Hoy resulta fundamental en el equilibrio medioambiental de La Hispaniola, porque además de funcionar como el pulmón verde de la isla, preserva las principales fuentes de agua que nos permiten vivir y desarrollar las actividades agrícolas, ganaderas y de generación de energía que necesitamos.
Este proyecto de gestión forestal sostenible se ha convertido, desde su creación en 1979, en un agente catalizador de cambios profundos, favoreciendo una radical transformación y modernización económica, social y medioambiental de la Sierra y de sus habitantes, que hoy viven dignamente y en armonía con los bosques y demás recursos naturales de esa región del Cibao. Sin duda, ha cambiado para bien el rostro de la Sierra.
Además, el adecuado manejo de las reforestaciones, que ha permitido aumentar la masa boscosa de la zona, también ha significado un revulsivo en términos turísticos: hoy día, miles de turistas eligen conocer las bellezas que la naturaleza regala en estos parajes, permitiendo el auge de la industria del ecoturismo, que no existía en la zona anteriormente.
Este turismo respetuoso con el entorno es también una fuente más de negocio sostenible para el bienestar de las comunidades serranas, que organizan actividades y ofrecen servicios turísticos para acomodar, alimentar o guiar al visitante en los distintos puntos de interés.
En el Grupo Popular, apoyamos la iniciativa del Plan Sierra desde sus inicios, financieramente y a través de jornadas de siembra, con empleados voluntarios de la organización. Asimismo, llevamos a cabo muchas otras reforestaciones en diversos puntos de la República Dominicana para reducir nuestra huella de carbono y preservar las principales fuentes de agua.
Solo el año 2020, en el Plan Sierra y en otras zonas de país, logramos reforestar miles de tareas con más de 320,794 matas, con la ayuda de nuestro personal voluntario y de organizaciones aliadas.
Cuando dichos árboles alcancen su edad adulta, esos bosques tendrán la capacidad de absorber anualmente más de 103 millones de kilogramos de dióxido de carbono, al tiempo que unos 38.5 millones de kilogramos de suelo y aproximadamente 962 millones de litros de agua.
El compromiso de nuestra organización financiera, en esta década decisiva hasta el año 2030, es haber sembrado más de un millón de árboles, contribuyendo a mitigar con ello los efectos nocivos del cambio climático y el calentamiento global. Esto forma parte de nuestras metas ambientales, como socios signatarios de los Principios de Banca Responsable, una alianza global entre la Iniciativa Financiera del Programa Medioambiental de Naciones Unidas (UNEP-FI) y más de 200 bancos líderes en sus países a nivel mundial.