Fuente: Dibujo Poteleche
Como le sucederá a muchos de 30 y pico de edad como yo, recuerdo con mucho cariño esos momentos en que le confiscaba a mis padres la sección de los “paquitos” en el periódico para ver las aventuras de Beto el Recluta, Ojo Rojo, Educando a Papá, Quintín Pérez y otras tiras cómicas que se publicaban con regularidad
y que saltaban a la vista por sus colores, pero que también contenían pequeñas historias hechas como para mi, aunque a veces requería leerla más de una vez para entender bien el chiste.
La verdad es que no siempre eran chistosas, pero sí ameritaban quedarme mirando esas páginas por los dibujos, y que cada día la buscara con la misma ilusión. Mucho más todavía los domingos, cuando nos premiaban con toda una página llena de paquitos.
El mundo de las tiras cómicas tiene muchas vertientes, pero me mantuve al margen de los superhéroes, la ciencia ficción y las novelas gráficas densas, como buen dominicano con un pobre hábito de lectura, enfoqué mi atracción a los formatos cortos, en lo más ligero. Claro, no me juzguen, estamos hablando de que
era niño al punto de coleccionar paquito de Disney o incluso el personaje chileno de Condorito, con el cual era fácil conectar cuando ibas creciendo, porque tenía un tono un poco más atrevido y un sentido del humor mucho más latino.
Desde bien pequeño ese estilo de dibujo me sedujo y se volvió el estilo que trataba de imitar, hasta el momento en el que conocí el primer personaje con el que me obsesioné, la pequeña gigante de Mafalda, una niña de 6 años creada por el ilustrador argentino Joaquín Salvador Lavado, mejor conocido como Quino.
Resultaba que mi mamá tenía unas 9 ediciones de los libros compilatorios de las tiras de Mafalda, y un día los sacó de un cajón de madera, no sé si habrá estado esperando hasta que pudiera entenderlo para compartirlo con nosotros, pero en el momento en que la conocí quedé enganchado, no sólo por la onda simple de dibujo,
con muchas expresiones divertidas, sino por el contenido con un amplio énfasis social, cosa que yo comenzaba a entender y que me hacía sentir tan conectado a este personaje. No recuerdo la edad exacta que tenía al momento de conocer a Mafalda, pero la sensación era de tener la oportunidad de analizar temas que no había pensado
hasta el momento, y admito que me sentía orgulloso de entender estas críticas o chistes basados en cotidianidades de la clase media. No es como que salí corriendo a hacer dibujos con contenido social, pero definitivamente ese regalo de mi madre plantó una semilla que vino a florecer en mi trabajo muchos años después.
Aunque la revista MAD me explotó la cabeza con su contenido tan amplio y chistoso, creo que solo hubo un punto de quiebre tan influyente como Mafalda para mí. Estaba en casa de unos amigos cuando me topé con este libro en el que sale un personaje al que había visto en un montón de pegatina en carros por todo Santo Domingo.
El libro que vi era “There’s treasure everywhere” de la serie de los personajes Calvin and Hobbes, creados por el estadounidense Bill Waterson.
Cuando conocí Calvin and Hobbes ya estaba en la universidad, los conocí bastante tarde, pero afortunadamente con la sensibilidad de un niño interior bien activo me conecté con estas historias de modo tan intenso como me pasó con el personaje de Quino. El trabajo de Waterson no sólo cuenta con una redacción impecable, sino con una
riqueza visual que lo aparta de cualquier otro ilustrador. Desde dejar inmensos espacios en blanco para establecer la soledad o el vacío, hasta romper con la estructura de los cuadros con elementos que sobresalen. Sus historias pasan a realidades paralelas, creando sub-personajes como dinosaurios y espías que aparecen sólo cuando Calvin
se encuentra en cierta situación o cierto ánimo. Esta serie ha acumulado miles de fanáticos que leen y releen su serie, única forma legítima de disfrutar a Calvin and Hobbes, ya que Waterson se rehusó a fabricar cualquier tipo de producto o llevar los personajes a otro formato, ya que según él, ellos nacieron para ser exclusivamente una tira cómica.
El humor gráfico dominicano también guarda un espacio importante en mi corazón, como las genialidades que circulaban en la revista DDT durante los 90s, donde ilustradores como Cristian Hernández (quien aún publica en varios periódicos locales) comentaban la política, la pelota, los apagones, y toda la vida de nuestro país, que realmente tiene mucho
de dónde sacar chistes. Quizás el más trascendente de todos los tiempos fue Harold Priego con “Boquechivo”, quien marcó una época en base a su sentido del humor popular, aunque algunas veces también polémico.
En el día de hoy se habla de la extinción de los periódicos, y las tiras cómicas cobran mucho más fuerza en formatos digitales, permitiendo conseguir un nivel de difusion incluso mayor y mucho más rápido que en otro momento sólo se podría obtener a través de una estructura de sindicalización.
Olea y Alberto Montt de Chile, “Y, viste como es” de Argentina, Alfonso Casas y Joan Cornellá de España, son sólo algunos de los artistas a los que sigo y son sólo una pequeña fracción de tanta gente talentosa que todos los días combina dibujo y texto para simplemente entretener, invitar al análisis o encender una pequeña revolución.