El cine que se hace en República Dominicana siempre ha tenido sus críticas diversas y las mayorías apuntan a que nuestro cine le falta mucho para parecerse a los que consumimos del extranjero. También se expresa que aquí solo se hacen comedias y, por demás, se parecen a los sketches televisivos.
Tal parece que la apreciación general que se tiene del cine hecho en dominicana es que no tiene la suficiente calidad artística y argumental.
Si tratáramos de analizar este cine criollo podemos darnos cuenta de que, a pesar, de las malas críticas, es un fiel reflejo de lo que somos y muchas veces no queremos ver ese factor.
No es de dudar que el cine dominicano, después de estar prácticamente en un anonimato insular, es hoy una filmografía que ha querido llamar la atención frente a las demás cinematografías del continente.
Desde aquel atrevimiento de Francisco Arturo Palau realizado en 1923 con “La leyenda de Nuestra Señora de la Altagracia”, podemos afirmar que el interés del dominicano por fijar una estructura cinematográfica no es nuevo.
Aunque muchos han sido los obstáculos y vientos en contra que varios realizadores criollos sortearon para realizar ese sueño de celuloide lleno de esperanza y valor. No obstante, se ha podido construir un cine que, con sus carencias propias, ha tratado de reflejar el imaginario colectivo del dominicano con sus virtudes y defectos.
Varios años atrás, ver una película dominicana era una gran novedad para el público dominicano que la consentía, independiente de su valor artístico, donde apenas se estrenaban una o dos películas por año, cuando la producción y las condiciones lo permitían.
Hoy en día y, después de la promulgación de la Ley 108-10 sobre Ley de Incentivo a la Industria Cinematográfica en la República Dominicana el 18 de noviembre de 2010, pero aplicada desde el 2011, es que la producción cinematográfica dominicana ha alcanzado cifras de hasta 20 películas anuales.
Este impulso inusitado es que ha conferido un nivel de producción sin comparación donde cada año se hacen esfuerzos por conquistar más público local.
El cine dominicano ni es bueno ni es malo, es simplemente un cine que se va construyendo así mismo. El mismo cabalga a través de un proceso lógico y normal parecido a los que han agotado todos los demás países que hoy exhiben una cinematografía competitiva y madura.
No obstante, tenemos nuestras películas referenciales como el drama “Un pasaje de Ida” (Agliberto Meléndez, 1988); la simpática “Nueba Yol, por fín llegó Balbuena” (Ángel Muñiz, 1995); la atractiva “El círculo vicioso” (Nelson Peña, 1998); la denunciante “Perico ripiao” (Ángel Muñiz, 2003); la hilarante “Sanky Panky” (José Enrique Pintor, 2007) y la artística “Dólares de arena” (Laura Guzmán e Israel Cárdenas, 2014).
Habrá de darle el tiempo justo y necesario para que se alcance los niveles que todos deseamos, pero con la continua capacitación de los profesionales involucrados en el quehacer audiovisual en el país y en la preparación de una nueva generación de cineastas que logre profundos cambios en la trayectoria y perfeccionamiento del cine local.
También con una producción constante y bien definida de filmes que conquisten cada vez más público dominicano y que estas realizaciones tengan el nivel adecuado de calidad para ser recibidas, en pura competencia, junto a las demás producciones internacionales.