¿Dónde estará esa marina de Guillo Pérez?
25 de agosto - 2016
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Artes Plásticas
Los artistas esos seres imprescindibles

Cuando preadolescente, mi madre, Carmen Rita, me llevaba los fines de semana a comprar arte. Nuestras “compras” de sábado eran ficticias, pero nunca fueron meramente “window shopping”. Nosotras jugábamos el papel de compradoras de arte al pie de la letra. Entrabamos a las galerías, veíamos concienzudamente todo lo expuesto una y otra vez, susurrábamos entre nosotras y hacíamos gestos (generalmente de aprobación). Si nos ofrecían ayuda, entablábamos un dialogo con el vendedor o responsable del espacio con preguntas como la nacionalidad del artista, las razones de este u otro tema, entre muchas otras. Una vez satisfecha la curiosidad, como con una coreografía ensayada (lo estaba) nos retirábamos a una esquina del espacio y mami me hacia la pregunta mágica: ¿Cuál compramos?

Una de esas tardes, en la calle Hostos, quedamos prendadas de una marina de Guillo Pérez. Tras el ritual de mirada y seducción, el dueño de la galería nos dijo el precio. Sin perturbarse, mi madre guardó silencio por tres segundos mirando fijamente el intrincado diseño de los pisos de la casa que acogía al marchand, y dijo en el tono más calmo y seguro que le había escuchado, que lo pensaríamos. Al final de las tardes de “compra” de arte íbamos a tomarnos una sopa cantonesa en el Restaurante Mario y a meditar y hablar sobre lo visto, hasta que un tema más irrelevante nos robaba la atención.

En ese momento en la galería de la zona colonial, acaté la decisión de reflexionar la compra de la marina -que lo ameritaba-. Más tarde (años más tarde) me enteré que la pieza costaba el equivalente de un mes de su salario. La futilidad del acto de “pensarlo” de mi madre encubría una profunda esperanza, al tiempo que un amor absoluto por la creación artística.

Mirando hoy todo en perspectiva, esas salidas y otras “aventuras culturales” con mi madre anticiparon mi futuro profesional. Esto debido a que desde edad muy temprana, en mi entorno familiar se validó el papel fundamental del arte en nuestras vidas y se afianzó la idea de la imposibilidad de vivir aunque sea sin una nota de cultura y arte en la existencia cotidiana.

Por estos antecedentes, siempre me extrañó que en sociedades como la nuestra la cultura fuera vista como un bien suntuario. Ahora bien, para asumir su papel como motor de desarrollo de las sociedades es necesario reconocerlo, que en este caso es lo mismo que reconocernos. Es un dato muy conocido que en los Estados Unidos la industria audiovisual ocupa el primer lugar en los ingresos por exportaciones o que en varios países latinoamericanos abarca muy altos porcentajes del Producto Interno Bruto (PIB) más que el café en Colombia, más que la industria de la construcción, la automotriz y el sector agropecuario en México.

Así, es preciso en la actualidad considerar las empresas culturales como generadoras de oportunidades, educación, exportadoras de imagen, promotoras de empleos y reconocedoras de la identidad y por ende de la dignidad nacional.

La costumbre de “comprar” en ferias de arte y galerías sigue siendo divertida –y hasta ilustradora de un mercado del arte que amerita adecuarse a los tiempos en que se desarrolla- y la he compartido con mis amigas cercanas, tema de conversación y diversión en nuestros encuentros. Con el paso del tiempo he comprendido más claramente lo esencial de este campo, que no es algo que atañe solo a una infatuación con el pequeño lienzo de horizonte marcado, sino que se extiende a la sociedad en general y su presente. Sigo, como profesional, buscando las vías de establecer esos engranajes afectivos y reflexivos de la gente y la cultura, en ese camino se descubre y se aprende mucho. Nunca supe, no obstante, dónde fue a parar aquella marina de Guillo Pérez.

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