“La vista llega antes que las palabras. El niño mira y ve antes de hablar”, John Berger, Modos de ver.
Así iniciaba Berger su importante libro, y continuaba diciendo que: “La vista es la que establece nuestro lugar en el mundo circundante; explicamos lo que es mundo con
palabras, pero las palabras nunca pueden anular el hecho de que estamos rodeados por él”. En fin, que, como Berger también dice: “Lo que sabemos o lo que creemos afecta
al modo en que vemos las cosas”.
Esa aseveración es tan simple como el hecho de que la mirada a un símbolo cualquiera difiere del observador (digamos una cruz). Un refrán anglosajón reza:
“la belleza está en los ojos de quien mira”, y así mismo es, en nuestra mirada está depositado todos nuestros conocimientos y creencias.
Por todo ello es tan importante la alfabetización visual. Existe un lenguaje de las imágenes, un razonamiento simbólico de las imágenes, interpretaciones de sus
mensajes, no solo aquellas que dependan de la fiel representación de la realidad. La imagen es protagonista no funciona solamente como ilustración.
Hoy en día, más que nunca, es menester alfabetizarse visualmente. La sociedad contemporánea produce un exceso de imágenes de todo tipo, nos encontramos bombardeados
por innumerables imágenes de productos, iconos mediáticos, fotografías amateurs, profesionales y millones de tipos más. En ese aparente caos, los medios masivos
contemporáneos crean un nuevo espacio en el que se definen nueva vez las formas de validación, las maneras de aprender, de conocerse y de comunicarse.
Tenemos tecnología de siglo XXI y modos de ver de siglo XIII –en el mejor de los casos-. Hasta el momento nuestras habilidades para manejar el mundo de las imágenes,
es por decirlo diplomáticamente, rudimentarias. Por esta razón hay que afinar la mirada para leer entre líneas, sumar lo que nos edifica y descartar lo que nos entorpece.
Ver arte es quizás una de las mejores maneras de agudizar la mirada. Al igual que cualquier elemento de la cultura visual, el arte se nutre (algunos dirían que se
completa) con nuestra mirada.
En julio de 1993 visité el Museum of Modern Art de New York, Estados Unidos. La misión de ese viaje era ver la ya aclamada exposición Latin American Artists of
the Twentieth Century. Ver obras de Tarsila do Amaral, Pedro Figari, Joaquín Torres-García y Armando Reverón en un mismo lugar era un festín que no me podía negar.
Ya había tenido un contacto directo con obras de Wifredo Lam y otros maestros de la vanguardia cubana en el Museo de Bellas Artes de La Habana, pero nada me preparó
para lo allí expuesto. Tras recorrer los primeros salones llenos de obras magníficas (en total eran 300 piezas), me encontré con el espacio dedicado a Frida Kahlo e
inicié un repaso de aquellas pequeñas y conmovedoras obras que solo había visto en libros y revistas. Al terminar uno de los salones, doblé para seguir observando…
y allí, frente a mi, en una enorme pared estaba Las dos Fridas. Este óleo sobre lienzo de 1939 mide 173.5 x 173 centrimentros y pertenece a la colección del
Museo de Arte Moderno de México. Pero más allá de lo anecdótico y conceptual de la propia obra, estaba lo que me decía mi propia mirada. Convencida del poder del
discurso femenino y feminista en las transformaciones sociales, del poder del arte como mediador y en casos ilustrador último de los fenómenos sociales, vi en toda
la magnitud y esplendor de esa obra la confirmación de que el arte transforma vidas. Desde entonces, cada vez que puedo visito, con la avidez de quien va a aprender,
exposiciones en galerías, museos o centros culturales, aquí en mi país y en el exterior.
Esta forma de enseñar, personalizada, individual, relacionada con tus propios esquemas y principios, solo la puede ofrecer el arte. Es un fenómeno extraño
(por usar un término amable) que el arte contemporáneo no forme parte de la programación docente en las escuelas del país, salvo en algunas escasas excepciones,
aún cuando su forma de “hablar” es mucho más cercana a los jóvenes de hoy que el arte de épocas anteriores. Es necesario incorporar el arte contemporáneo en la
educación, no solo como un contenido más, sino como herramienta de aprendizaje basado en las pequeñas o grandes historias, oficiales o no.
Una obra habla de manera distinta y ofrece respuestas variadas a cada individuo que la observe. Pero siempre hablan desde el momento, o como Bergen concluyera:
“Las imágenes son también cosa del momento en el sentido de que deben renovarse continuamente para estar el día”.